
Las flores sirven, en su estrecha pequeñez, como recordatorio de la cara más cruel de la vida: la propia muerte. Estas plantas comenzaron ayer a descansar -por fin- sobre las tumbas te todos aquellos que han muerto. Son el anhelado último adiós que el confinamiento robó y que, desde ayer, se puede brindar.
El cementerio de Oza reabrió sus puertas a las visitas con el inicio de la Fase 2, un rencuentro entre seres queridos y el respeto a la muerte. Un momento muy íntimo en el que las flores ya marchitas después de meses, fueron reemplazadas por margaritas, crisantemos o rosas nuevas, señal de que nunca olvidamos a nuestros seres queridos.
A las flores les acompañaron también los cuidados. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez y el escenario es ligeramente diferente: hojas caídas sobre las tumbas, ramas, musgo y polvo que borran las inscripciones. Ayer volvieron a relucir.
Maria Luisa y Dolores son dos hermanas que fueron a visitar a sus padres. A pesar de que los visitan casi a diario, ayer no fue lo mismo. Emocionalmente estos dos meses fueron muy duros para ellas, dos señoras mayores que han dejado de poder pasear o hablar con sus amigas del barrio. Mientras cambian las plantas me comentan que «el momento es muy especial, hace dos meses que no los veo». Las flores que lucen sobre la lápida de sus padres ya son la viva imagen de un anhelada normalidad que regresa.
Redacción.
