Los locales de juego llevan años proliferando en los barrios de las ciudades. El bingo de Cuatro Caminos, el más grande de A Coruña, ahoga la vida de quien lo juega con la esperanza de que una serie de bolas numeradas salgan de un bombo para hacerlo rico.

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En el bingo, concretamente el Royal Coruña del grupo Comar, en su cafetería, se ofrece una ensaladilla y un contundente sándwich mixto -una buena cena- por bastante menos de su precio medio. La rapidez de las bolas, el silencio de los jugadores mientras una voz canta los números y, sobre todo, un bote diferente cada cinco minutos, convierten al bingo en uno de los juegos más peligrosos y adictivos. En menos de una hora, dejarse más de 50 euros no es difícil, al revés.

Así, mientras entramos en un lugar que nos transporta a una época pasada, llegamos a un entorno diferente que, desde luego, se ha convertido para los vecinos de la zona en un espacio donde entablar lazos comunitarios. Los cartones numerados atraen, en su mayor parte, a vecinos jubilados, pero también a jóvenes que no dudan en acudir desde otros puntos de la comarca. El objetivo es el mismo de siempre: hacerse de oro con facilidad y poder escapar de la miseria cotidiana a la que muchas personas se ven abocadas en tiempos de creciente pobreza y desigualdad. Sin embargo, es un juego diferente: uno no lucha contra la banca, o contra una máquina de luces. Es más igualitario, y quizás por eso más divertido, siempre hay uno que gana.

Ante la falta de espacios de socialización, centros vecinales, espacios para la juventud, lugares donde los vecinos puedan conocerse, convivir, ayudarse o divertirse, el bingo es capaz de llenar al completo su sala desde las cinco horas hasta la una de la mañana. Y no se crean, no es una sala pequeña.

Y sí, nosotros también hemos jugado al bingo para poder traerles esta historia.

Redacción.

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La viabilidad de este proyecto, en peligro