En la ciudad aún quedan establecimientos que todavía se dedican al alquiler de películas en un panorama dominado por las plataformas de «streaming». Primero fue la piratería, luego la crisis y ahora solo dos videoclubs sobreviven en una ciudad de 250.000 personas.

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Son pocos los negocios que hayan sufrido tanto los avances del mundo del entretenimiento. Incluso más que los quioscos -antes los coruñeses hacían largas colas para comprar periódicos-, los viejos videoclubs han ido desapareciendo casi por completo, ciudades como Lugo no tienen ninguno. Aún así, quedan sitios donde carteles plastificados anuncian la última ganadora del Oscar a la Mejor Película, la nueva de Christopher Nolan o el estreno con más sorna. Y todo por menos de lo que cuesta un café con leche.

«Seguimos abiertos porque nos hemos querido aferrar» comenta la dueña. Incluso hay quienes recuerdan las  colas que había en la tienda, «era espectacular». Llevan desde 1985 abiertos en la calle Francisco Catoria, donde todavía alimentan la llama de algunos nostálgicos del formato clásico. Admiten que el mayor problema es que es muy complicado competir, los clientes tienen que ir hasta el establecimiento, escoger la película o el videojuego y luego devolverlo. El alquiler de novedades y los consejos de Marina son lo que más demandan los clientes de este negocio, incluso títulos que son más complicados de encontrar porque ya no se editan.

El golpe definitivo para su negocio llegó con la pandemia, si bien ya habían sufrido los efectos de las descargas ilegales y la hegemonía de las plataformas de cine y series. Aún así, tuvo que ser el confinamiento el último golpe a un negocio roto. La gente que se resistía acabó comprando un servicio de suscripción a Netflix o Prime Video. Tampoco es el único negocio para Atlántico Video Tienda, donde compaginan con la venta 24horas de productos de «autovending».

Iván Alx.

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La viabilidad de este proyecto, en peligro